TUTANKHAMON SUS ORÍGENES Y MISTERIOS





La enfermedad de Tutankhamón

Diferentes investigadores han sugerido a lo largo de los años la muerte de Tutankhamón. Varios investigadores han confirmado todo tipo de dolencias, incluido el síndrome de Marfan. Akhenatón, la reina Nefertiti, y sus hijas se muestran con miembros delgados, largos dedos, caras caídas, labios excesivamente carnosos, caderas anchas y pechos colgantes. 

Algunos investigadores han opinado ser el síndrome de Klinefelter. Se origina por la existencia de dos cromosomas X y un cromosoma Y. El síndrome de Froehlich son trastornos de obesidad y retraso mental y del desarrollo estatural. El principal problema aquí es que tales trastornos tienden a causar infertilidad, y sabemos que Akhenatón tuvo seis hijas. Los estudios genéticos de las momias de Amarna realizadas entre 2007 y 2010 han confirmado bastante bien que las dos niñas nacidas muertas que se encontraron en KV62 son, de hecho, hijas de Tutankhamón. Los estudios macroscópicos, así como el material genético han revelado rastros de malaria trópica por la picadura del mosquito en el niño rey.  La malaria y su padecimiento crónico, habría mermado la resistencia de su sistema inmunológico, a lo cual hay que añadir el problema de la consanguinidad.  

Además, las tomografías computarizadas durante estos exámenes revelaron dos metatarsianos en el pie izquierdo del rey con signos claros de deformación compatible con osteonecrosis   es  causada  por  la  disminución  del  flujo sanguíneo en los huesos de las articulaciones. Esta infección tampoco pudo haber causado la muerte del rey, pero no habría habido manera en la Edad del Bronce final de detener dicha infección. 

Howard Carter


La maldición de Tutankhamón

La creencia en las maldiciones de los faraones viene dada por el respeto que los primeros pobladores de Arabia que se asentaron en Egipto.  En las paredes de los corredores y salas de acceso a la cripta, los faraones escribían amenazas y maldiciones contra quien se atreviera profanar su última morada y robar sus pertenencias. De ahí, venga la leyenda de la maldición  de  Tutankhamón, según la cual todos los que profanaran su tumba estaban condenados a morir. 

Los faraones tenían un miedo a la violación de sus tumbas. La muerte en el Egipto antiguo no era símbolo de miedo o terror. Morir era liberarse y emprender el viaje al País del Infinito. Sin embargo, para que este viaje era necesario preparar a los cadáveres mediante la  momificación.  Sobre la tumba de Tutankhamón había una inscripción, que los expedicionarios consiguieron traducir. Rezaba: «La muerte golpeará con sus alas a aquel que turbe el reposo del faraón».

La maldición de Tutankhamón tenía aterrorizados a los trabajadores nativos, empleados en la excavación de Luxor.  Arthur Weigall, fue un egiptólogo inglés  uno de los socios más importantes de expedición, se sintió impulsado a declarar: «Si Carnarvon baja a la tumba con ese humor despreocupado, no le doy mucho tiempo de vida.». La noche del 4 de abril de 1923, Lord Carnarvon, estuvo presente el día en que se abrió la tumba. No le prestó la menor atención a una  picadura, de un mosquito, causada en la mejilla izquierda, pero una semana después, mientras se afeitaba se hizo un corte donde tenía la herida. Según explicaron los médicos que le atendieron sufrió una infección. Cuando se retiraron las vendas a la momia de Tutankhamón, se descubrió que el joven faraón tenía una marca exactamente en el mismo sitio. Falleció  lord Carnavon a causa de una neumonía fulminante, ocasionada por la picadura de un mosquito.

Se cuenta que a la misma hora de su muerte, la perra de Lord Carnarvon, llamada  Susie, aulló y cayó fulminada, ocurrió en Hampshire, Londres en la casa que poseía lord Carnarvon, este agonizaba, a miles de kilómetros de su casa, en una habitación del hotel Continental, de El Cairo. El hijo del aristócrata estaba descansando en el cuarto contiguo en el momento en que Carnarvon moría. Tiempo después, recordó que las luces se apagaron en toda la ciudad de El Cairo; encendimos velas y rezamos. Posterior a la muerte de Lord Carnarvon siguieron muchas más, su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió en cuanto volvió a Londres. 

Poco tiempo después se produjo otra muerte en el hotel Continental. El arqueólogo norteamericano Arthur Mace, uno de los miembros más destacados de la expedición Carnarvon, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la cámara real,   comenzó a quejarse de cansancio entró en coma; murió en el Cairo antes de que los médicos pudieran diagnosticar.

Poco después, Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankhamón, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón y su padre al enterarse de lo ocurrido se suicidó. Un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo.

 El radiólogo Archibald Douglas Reid murió inesperadamente cuando viajaba a Egipto para examinar con rayos X la momia del rey. Richard Bethell, secretario de Carter, murió a los cuarenta y nueve  años en extrañas circunstancias en el Bath Club, en 1929. 

Su padre, Lord Westbury, que nunca había visitado la tumba pero que poseía en su dormitorio un jarrón de alabastro procedente del sepulcro de Tutankhamón, se suicidó poco después y se cuenta que en su entierro el coche fúnebre atropelló a un niño.  El magnate del ferrocarril americano George Jay Gould, amigo de Carnarvon, se trasladó a Egipto, después de la muerte de su amigo, para ver el lugar con sus propios ojos. Murió de neumonía después de resfriarse con mucha fiebre murió al día siguiente tras visitar la tumba. 

 Algo similar le ocurrió al industrial sudafricano Joel Woolf, demostró que no le temía a los faraones. Entró en la tumba y de regreso a Londres, enfermó en el barco y murió sin llegar a Inglaterra. Carter había instalado en la tumba donde estuvo trabajando a diario durante dieciséis años, acompañado de  una jaula con un canario para que su canto pusiera algo de alegría en aquel sombrío ambiente. Una tarde notó que el canto se interrumpía bruscamente y, al levantar la vista, vio que una cobra, estaba devorando el pájaro. Las cobras en el antiguo Egipto protegían a los faraones.

En 1936, treinta y tres personas vinculadas directa o indirectamente con el descubrimiento habían muerto trágicamente. Los demás miembros del equipo vivieron durante años. El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, murió muchos años después el 2 de marzo de 1939 a los sesenta y cuatro años, de muerte natural, diecisiete años después que abriera la tumba. Fue enterrado en el cementerio de Putney Vale, al oeste de Londres.

En su tumba se pueden leer dos frases que homenajean la pasión de este investigador: “Tú que amas Tebas, que tu espíritu viva, que puedas pasar millones de años, sentado con tu rostro hacia el viento del Norte, y los ojos resplandecientes de felicidad” y “Oh, Noche, extiende sobre mí tus alas, como las estrellas imperecederas”. Harry Burton, el fotógrafo, falleció en 1940. La hija de Lord Carnarvon, Lady Evelyn Herbert, nacida en 1901 y una de las primeras en entrar en la tumba, murió en 1980. Alan H. Gardiner, que estudió las inscripciones de la tumba, falleció con ochenta y cuatro años. Derry, que practicó la autopsia al joven faraón, murió en 1969 a la edad de ochenta y siete años. 

La maldición reaparece en las décadas de 1960 y 1970, cuando las piezas del Museo Egipcio de El Cairo se trasladaron a varias exposiciones temporales organizadas en museos europeos. Los directores del museo de entonces murieron poco después de aprobar los traslados, y los periódicos ingleses también extendieron la maldición sobre algunos accidentes menores que sufrieron los tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres.

Treinta años más tarde, el Director de Antigüedades de Egipto, el Dr. Mohammed Ibrahim, firmó la autorización para que los tesoros de la tumba de Tutankhamón pudieran ser trasladados a París para exhibirlos allí. Al concluir su jornada laboral, el Dr. Ibrahim salió de su oficina en el Museo de El Cairo y al cruzar la calle fue atropellado por un camión, murió en el acto. Tres años después, el único superviviente de la expedición de Carter y Carnarvon,  Richard Adamson, de setenta años de edad, concedió a la televisión británica una entrevista. En ella se proponía «demoler el mito de la maldición egipcia».


Lord Carnarvon

Adamson, explicó a los telespectadores: «No creo y no he creído en ese mito, ni por un solo momento.» Más tarde, cuando abandonaba los estudios de televisión, el taxi que lo llevaba chocó; Adamson fue arrojado sobre la carretera un camión, que giraba en ese momento, estuvo a escasos centímetros de aplastarle la cabeza.

Era la tercera vez que Adamson hablaba en público para desmentir la leyenda faraónica. La primera en que explicó francamente su incredulidad, su mujer murió veinticuatro horas más tarde. La segunda vez, su hijo se fracturó la columna vertebral en un accidente de aviación.

Después de su choque en la carretera, Adamson, que se restablecía de sus heridas craneales en un hospital, confesó: «Hasta ahora me he negado a creer que mis desgracias familiares tuvieron algo que ver con la maldición de los faraones. Pero ya no me siento tan seguro.»

El temor a la maldición de los faraones volvió a surgir en 1972, mientras la máscara de oro de Tutankhamón era embalada antes de viajar a Londres, donde había de ser exhibida en el Museo Británico. El hombre que tenía a su cargo en El Cairo la operación del traslado era el doctor Gamal Mehrez, que había sustituido al malogrado Mohammed lbraham  en el cargo de director. 

El doctor Mehrez no creía en la maldición faraónica. Decía: «Yo, más que ninguna otra persona en el mundo, he estado en contacto con las tumbas y las momias de los faraones; sin embargo, todavía estoy vivo. Soy la prueba viviente de que todas las tragedias vinculadas con los faraones han sido una simple coincidencia. Por el momento, al menos, no creo en la maldición.» 

El doctor Mehrez estaba en el Museo de El Cairo, organizando los últimos detalles de la mudanza, el día que los exportadores llegaron para instalar la inapreciable carga en los camiones. Esa tarde, después de haber observado la operación de carga, Mehrez murió. Tenía cincuenta y dos años; las causas de su muerte fueron atribuidas a un colapso circulatorio.

En 1992 se produjeron nuevos incidentes, a menor escala, asociados con la maldición de Tutankhamón. La BBC realizó un documental en la tumba, pero la filmación fue interrumpida porque las luces se quemaban y los fusibles saltaban una y otra vez, la última dejando al equipo en la más absoluta oscuridad. Al regresar al hotel, dos de los integrantes  casi pierden la vida cuando el ascensor en el que viajaban cayó veintiún pisos. Los más audaces decidieron llevar a cabo un ritual destinado a aplacar a los muertos, pero al terminar fueron atrapados por una tormenta de arena y sufrieron lesiones oculares.

Aunque no existe una explicación científica para las misteriosas muertes que azotaron a los relacionados con el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon. El Dr. Ezzedine Taha, profesor de medicina y biología de la Universidad de El Cairo, convocó una rueda de prensa el 3 de noviembre de 1962 para comunicar que había resuelto el enigma de la maldición de faraón. Había caído en la cuenta de que gran parte de los arqueólogos y empleados del Museo de El Cairo sufrían trastornos respiratorios ocasionales, acompañados de fiebre. Descubrió que las inflamaciones eran producidas por cierto virus llamado Aspergillus niger, que posee extraordinarias propiedades, como poder sobrevivir a las condiciones más adversas, durante siglos y hasta milenios, en el interior de las tumbas y en el cuerpo de los faraones momificados. Sin embargo, poco después de hacer estas declaraciones, el Dr.Taha moría en extrañas circunstancias en un accidente con su automóvil.

La última víctima atribuida a la maldición fue el actor inglés Ian McShane que interpretó a Judas Iscariote en la película “Jesús de Nazareth”, del director de cine italiano  Franco Zeffirelli, quien durante la filmación de una película en los años ochenta sobre la supuesta maldición, sufrió un grave accidente: su coche se salió de la carretera y se rompió una de las piernas.

Un avión del Comando de Transportes de la Real Fuerza Aérea,  destinado a la tarea de llevar las reliquias a Gran Bretaña. En los cinco años que siguieron al día del vuelo, seis miembros de la tripulación de la aeronave fueron víctimas. El oficial Riel Laude, piloto jefe del avión Britannia, y el ingeniero de vuelo gozaban de un excelente salud. A partir del vuelo, el aviador había sufrido un ataque cardíaco anual, siempre en la misma época del año en que había transportado las  reliquias egipcias. El último ataque acabó con él, en 1978; tenía unos cuarenta y cinco años.

Cuando Laude murió, su esposa dijo: «Es maldición de Tutankhamón, esa maldición lo ha matado.»  Durante el vuelo del  Britannia, el oficial que mandaba a los técnicos, Ian Landsdowne, golpeó con el pie, en broma, la caja que contenía la máscara mortuoria de Tutankamon. Comentó, riendo: «Acabo de patear el objeto más famoso del mundo.» La pierna con la que dio el golpe estuvo escayolada durante meses: sufrió graves fracturas cuando, de manera inexplicable, una escalera la que había subido se derrumbó bajo su peso.

Un  camarero del Britannia, el sargento Brian Rounsfall, reveló,  en el vuelo de regreso a Londres jugaban a las cartas utilizando el ataúd como mesa. Por turno, se sentaron sobre la caja que contenía la máscara mortuoria, y bromeando acerca de ella. En la época del vuelo,  Rounsfall tenía treinta y cinco años de edad. En los años siguientes sufrió dos ataques de corazón.

Entrada de la tumba de Tutankhamón en la actualidad

Otro estudio realizado comentaba que las momias antiguas pueden portar dos tipos de moho que ocasionan reacciones alérgicas. Aspergillus Níger es un hongo que produce un moho negro en vegetales y Aspergillus flavus,  hongo que se suele asociar con aspergilosis pulmonar. 

El responsable de una enfermedad respiratoria de este calibre podría ser un pequeño hongo denominado «aspergillus nigger», asiduo huésped de lugares cerrados y con humedad, como las tumbas de los faraones. Según explica el doctor Manuel Cuenca, experto micólogo de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC): «Hay cientos de especies que pueden vivir en ambientes con determinadas condiciones de humedad, luz y temperatura y proliferar en ellos».

Pero la explicación acerca de la maldición de los faraones fue propuesta en 1949. Su autor fue el profesor Louis Bulgarini, quien aclaró: “Es definitivamente posible que los antiguos egipcios hayan usado radiaciones atómicas para proteger sus lugares sagrados.”

El periodista Phillip Vandenburg estudió, durante años, la leyenda sobre la maldición de los faraones y aportó dos sugerencias interesantes de muestra que las tumbas, dentro de las pirámides, eran ambientes propicios para la supervivencia de bacterias; a lo largo de los siglos, dice el autor, éstas podrían haber desarrollado nuevas y descocidas especies cuyo poder se hubiese mantenido hasta la actualidad. Vandenburg señaló también que los antiguos egipcios eran expertos en venenos; y algunas drogas no necesitan ser ingeridas para matar: pueden ser letales por contacto, por penetración en la piel. Así sugiere que los egipcios podrían haber mezclado sustancias venenosas con la pintura de las redes interiores de las tumbas, que luego fueron selladas y convertidas en reductos herméticos. Por esta razón, los antiguos ladrones de tumbas, que incursionaban en éstas, practicaban un pequeño orificio en la pared de la cámara, a fin de que el aire fresco circulase, antes de atreverse a forzar la cámara

También murieron varios obreros mientras se estaba excavando, recuerda Esther Pons. Los apuntes de Carter sobre el descubrimiento describían la presencia de materiales orgánicos y moho en las paredes. Según explica la arqueóloga, un habitáculo de este tipo nunca está totalmente cerrado. De hecho, muchas veces entran murciélagos y hacen sus necesidades allí. El polvo que se origina sobre ellas sí que puede dañar los pulmones; esto podría ser lo que acabó con los trabajadores y no una maldición.

Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias abiertas en la actualidad hallaron bacterias que causan enfermedades infecciosas en el ser humano. Además, las tumbas recién abiertas se convierten a menudo en refugio para los murciélagos, cuyos excrementos  puede transmitir la histoplasmosis.  No se trata de una enfermedad contagiosa que se pueda transmitir entre personas o animales, sino que surge tras la inhalación de microconidios del ambiente. Las muestras de aire tomadas del interior de un sarcófago sellado mediante un agujero perforado, tenían altos niveles de amoníaco,  y ácido sulfhídrico que, si bien son gases tóxicos, y fuerte olor. 

El bisnieto de Lord Carnarvon visitó hace unos años la tumba como desafío a cualquier superstición y aún permanece vivo. De todas maneras, los restos de Tutankhamón fueron devueltos a su tumba, KV62, en el Valle de los Reyes, en Luxor, ya sin sus tesoros ni ataúdes de oro, pero descansa en el lugar que según la religión egipcia, debía quedar para siempre sellada, para el descanso eterno en la otra vida.     



                    

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